¡Saludos! Soy Francisco Doménech y este es el boletín de Materia, la sección de ciencia de EL PAÍS. En los últimos siete días, la genética ha protagonizado nuestras noticias más destacadas, llevándonos a entender un poco más el origen del autismo y a conseguir una terapia eficaz contra una enfermedad rara. Ambos avances están liderados por científicos españoles y acaban de ser publicados en revistas de investigación de primer nivel mundial. El trabajo en esa terapia génica comenzó hace dos décadas y ahora, con los resultados de un ensayo clínico que demuestra su eficacia y seguridad, por fin supone una esperanza para los niños que nacen con la anemia de Fanconi, que afecta a 1 de cada 350.000 recién nacidos, provoca fallos en su desarrollo e incrementa el riesgo de cáncer. Casi todas las personas tenemos un mecanismo de reparación de nuestro ADN —que está constantemente sufriendo mutaciones y daños, algunos muy peligrosos—, pero esos niños no tienen nuestra suerte: la reparación no funciona debido a un problema en un solo gen. ¿Podrían tratarse también con terapia génica los trastornos del espectro autista? No son algo tan raro, pues afectan a 1 de cada 100 niños. Pero solo en el 20% de los casos hay detrás una mutación genética relevante, y en el 80% restante de los casos no se entiende bien lo que pasa. El nuevo estudio conocido esta semana ha encontrado un mecanismo que podría explicarlo.
Los investigadores están convencidos de que la clave del autismo está escrita en una secuencia de tan solo 24 de los 3.000 millones de letras que forman nuestro genoma: GCAAGGACATATGGGCGAAGGAGA. De confirmarse, esa hipótesis abriría la puerta a tratamientos del autismo. Sería lo contrario de la eugenesia y la discriminación genética que rigen el mundo distópico de una película que, como nuestra noticia, también tiene un título construido con las letras que forman la secuencia del ADN de los seres vivos: GATTACA. Quedémonos con su estupenda banda sonora, compuesta por Michael Nyman, mientras entramos en materia. |